El lunes pasado llovía.
De pequeña leí todos los libros de "Los Cinco". Me fascinaba sobre todo la comida, cosas que ahora han perdido toda la magia, como el pastel de carne, o cosas que siguen sonando medio esotéricas como el pan de jengibre o la cerveza de jengibre.
El vecino que comparte la pared de su garaje con mi "apartamento" pasó la semana pasada sacando cosas para tirar a un contenedor de obra. No sé si se muda o si es una limpieza de primavera aplazada durante años pero botes de pintura, un colchón, una plancha, ropa, un monitor de ordenador y todo tipo de objetos de distintos tamaños acabaron en el contenedor.
El
pastel de carne en porciones individuales, precocinado y calentado en
el microondas, es ahora una de mis cenas habituales con tendencia a ir directamente a la basura, y los libros de "Los Cinco" no superaron la prueba de la nostalgia (son terribles) cuando intenté releerlos con y para mis hijos.
El lunes por la mañana llovía con ganas y en una esquina del contenedor asomaban tres o cuatro libros, retorcidos por el agua.
Tras cinco días de primeros auxilios "Five go to Billycock Hill" está preparado para una segunda oportunidad.
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