21 mayo, 2013

Habituales


Hoy, saliendo del hotel, he cogido, varias paradas antes de lo habitual, el segundo de los autobuses que cojo habitualmente para llegar a mi trabajo.

En el autobús 27 coincido habitualmente con una señora y un niño de unos 10 años, se sientan en el segundo piso, en el asiento de delante. El niño come patatas fritas y bebe agua de una botella, la madre carga con una pequeña mochila, con un dibujo demasiado infantil, y le limpia la cara con una toallita. Él a veces le toca el pelo enroscándolo en sus dedos, sin mirarla. Y ella se preocupa de que baje las escaleras con cuidado mientras él lleva, colgada en bandolera, una libreta en la que pegar con velcro dibujos que completan frases como "I need ..."

Si no cojo exactamente ese autobús los busco con la mirada sin encontrarlos (un día los encontré dos asientos más atrás y sonreí).

Hoy he visto subir en el 40 al repartidor de periódicos gratuitos que normalmente se quita su indumentaria amarilla en la parada de College Green y la mete en su mochila. No esperaba verlo y me ha hecho sentir, después de estos días anómalos, que las cosas vuelven a estar en su sitio.

Las rutinas son una energía poderosa.

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