Otra vez, otra vez, y cuando crees que ya has acabado, una vez más.
Mi aprendizaje del inglés se parece a esa película que todo el mundo llama "El día de la marmota" y que es una muestra de un título que no necesitaba ser "adaptado, porque en inglés se titula exactamente así ("Groundhog day") pero el título de la versión traducida es "Atrapado en el tiempo".
Y yo tengo la paranoia heredada de mi educación católica de que las cosas malas que me pasan son castigos por algo que he hecho.
Sinceramente, algo malo debo de haber hecho para volver a ver en clase de inglés por enésima vez en mi vida cómo se construye una frase en pasiva o las formas comparativas de los adjetivos.
Y el caso es que ir a clase, aunque sea en condiciones tan frustrantes como esas, sigue teniendo un efecto terapeútico sobre mí, y, hasta en los peores días, cuando me gustaría tener una cara tan larga que todo el mundo se diera cuenta de lo jodida que estoy, al poco rato de estar en clase me descubro a mí misma sonriendo.
Nunca me ha gustado el inglés y este bucle infinito tiene que ser un castigo, fijo.
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