11 junio, 2013

Timbre

¿Más vale tarde que nunca?

Soy una persona acostumbrada a las rutinas, no me gustan los cambios, me desasosiega la incertidumbre y necesito pequeños certezas domésticas para sentirme segura.

El primer día que fui a trabajar el portero automático de la oficina no funcionaba, esperé a que saliera alguien y entré, la persona que salió ya me advirtió que las puertas de los pisos también estaban bloqueadas. Subí y llamé por teléfono para que alguien me abriera la puerta de arriba. Me abrió Paddy.

Durante todo este tiempo he estado huérfana de certezas, la mayoría de los días en el trabajo no sé a cuál de los dos edificios ir o con quién voy a trabajar, no sé a qué hora voy a salir ni, hasta hoy, cuánto tiempo tardaría en abrir alguien la puerta de abajo y la de arriba.

Hoy he llamado al timbre, como todas las mañanas y me ha pillado tan desprevenida la respuesta que he contestado algo incomprensible que acababa en Cristina. Parece ser que Cristina es la contraseña.

A tres días del final las prácticas y a varios meses del comienzo, por fin una de mis angustias cotidianas se ha desvanecido a "buzz" de portero automático.
 

Las otras tienen las horas contadas.


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