30 enero, 2013

Oportunidades

No voy a acusar a la vida de nada, ni de dar, ni de no dar segundas oportunidades.

El año pasado se celebró el 25 aniversario del programa Erasmus. Eso supone que cuando yo estudiaba en Bilbao ya tuve la oportunidad de irme a estudiar a una universidad de otro país europeo.

Sinceramente no sé ni siquiera si me enteré de que tenía esa posibilidad, no me consta que fuera nadie de mi curso, no recuerdo ninguna conversación entre amigos que la valorara, ni ningún dilema personal sobre ir o no ir. En cualquier caso no creo que hubiera ido.

Con el paso del tiempo he conocido gente que sí que aprovechó su oportunidad y parecían contentos de haberla aprovechado, así que me dediqué a lamentar interiormente no haber estado más informada, o haber sido más lista, o más echada para alante, con la seguridad que da la certeza de no tener que enfrentarse a la posibilidad.

Con 41 años empecé un ciclo superior de formación profesional (los motivos os los cuento otro día) y con 43 la vida se me encara y me dice:  “a ver, listilla, ¿eras tú la que se arrepentía de no haberlo hecho?”… (es una cachonda, no me digais que no)

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